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viernes, 7 de mayo de 2010

RANCHITOS.

Hace tiempo, oí esta expresión a un presentador histriónico de la televisión cuando aparecieron unas fotos comprometidas de una modelo y un conde, pillados en una habitación de un hotel.
Sobre el tema hizo una apreciación que me hizo reflexionar. En las fotografías aparecían unas bolsas de plástico de supermercado y algún que otro “detalle” del estilo.

Dicho presentador, explicó como aún en las situaciones más glamurosas aparecen lo que él denominó “ranchitos”.

Esa acumulación de objetos que por orden, desorden, funcionalidad, recuerdo, olvido o dejadez se van depositando en rincones y que poco a poco se van enquistando en el ambiente.

Por ejemplo, en ese salón diseñado full equipment en el que aparecen varios periódicos y revistas atrasados. En la biblioteca, objetos de diseño popular que recuerdan nuestra maravillosa estancia en Benalmádena. En el baño, esas cremas de día, de noche, para el frío, el calor, la hidratación, la deshidratación, el exceso o falta de grasa, que se van arrinconando en la encimera de Corian con pozo integrado. Esos paragüeros acerados llenos de bastones, palos de golf o de Santa Agueda, paraguas publicitarios y otra serie de elementos más o menos larguiruchos.

Pero donde más ranchitos aparecen suele ser por supuesto: la cocina. Espacio en donde el uso repetido de las cosas hace que pierdan su lugar de almacenamiento para pasar a estar “a mano”. El tarrito de la sal, el papel super absorbente de doble capa, el “spontes” el "escochbrite”, la espumadera, el “fairi”, el boli publicitario, el calendario de la caja de ahorros, la manopla de silicona y todo tipo de elementos multiusos dignos de la teletienda. Todos ellos de colores siempre llamativos que distorsionan cualquier criterio de conjunción y que tantos quebraderos de cabeza dieron a la hora de decidir sobre el material, color, acabado y textura de los materiales a emplear en el diseño de “LA” cocina.

Es un buen ejercicio el desprenderse de estos ranchitos.
El premio, a parte de la recuperación de espacios, es una sensación de orden. Suele aparecer un sentido de nostalgia, de volver a recuperar la esencia de los sitios. La encimera de la cocina  pasa a recordarnos aquella primera imagen en tres dimensiones que tanto nos enamoró en la tienda. El salón pasa otra vez a recordarnos aquella foto que descubrimos ojeando una revista y que hizo que nos decidiéramos.

El baño, vuelve a ser aquel espacio limpio, diáfano de formas regulares de volúmenes compensados y de iluminación casi teatral.

El hall, el espacio de transición con su esencia de vacío casi espartano de formas minimalistas y texturas esmeradas.

Bien, todo ello se consigue de una forma muy fácil: guardando cada cosa en su sitio. Y punto.

Ahora sí, si las cosas no tienen su sitio…ese es otro problema. O falta sitio o sobran cosas.

Seguiré con: “Los ranchitos en el trabajo”.