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viernes, 14 de septiembre de 2012

BUEN GUSTO


Me interesa saber la definición de gusto y por extensión lo que es buen gusto y mal gusto. Lógico, si existe el gusto lo puede haber: bueno, malo, regular y las demás infinitas clasificaciones intermedias. Vale. ¿Y tener mucho o poco gusto?
Según una definición que he encontrado por ahí, el gusto se diría que es: “…algo físico proveniente de la lengua, sus papilas gustativas y que se extiende en ramificaciones al cerebro”. Pero no creo que es de eso lo que quiero hablar. ¿O si?
Extendido a las maneras y las actitudes sociales podríamos decir que nos encontramos en una época en la que lo que se consideraba buen gusto brilla por su ausencia. Sobretodo en opinión de personas ya de una cierta edad para los cuales la educación y el buen gusto van unidas y en su opinión se han perdido.
El trabajo bien hecho, con gusto, también se encuentra perdido. La incapacidad, la falta de humildad para aprender, la necesidad, o el tiempo traducido a dinero han hecho replantear ese gusto por hacer bien las cosas.
Estéticamente me encuentro todavía más perdido para definirlo.
Lo que para mi es de buen gusto en muchos casos compite con lo que es más conocido, extendido o de moda.
Algo bueno, de calidad, o popular no tiene que ser de buen gusto.
Sino los programas de tv más populares, la belenes estevanes y los cristianos ronaldos serían un ejemplo a seguir de buen gusto y está claro que no lo son.
El hecho de que algo se ponga de moda no es sinónimo de buen gusto. Sino los pendientitos de brillantes, las Katiuskas inglesas en primavera, o los calzoncillos a la vista por mucho que los firme el “bekan” estarían en el top del buen gusto.
Socialmente también influye el entorno. El  tan odiado frustrante “que dirán”. Prueba de ello lo tuve en mis propias carnes (o narices) cuándo el otro día se me ocurrió opinar en un fashion blog neoyorkino al calificar de inapropiado a un peripuesto personaje, impecablemente trajeado, (impresionante traje de rayita diplomática) impoluta camisa blanca, corbata entonada, maravillosos zapatos ingleses (acordonados, con puntera perforada)  que dejaba asomar de su pantalón milimétricamente medido unos tobillos desnudos de calcetines. Fui calificado de intolerante y se me recomendó en un perfecto inglés sureño que otro día cambiara de lado de la cama para levantarme antes de apostillar nada. Vamos, que para opinar de lo impropio del gusto de alguien no me levantara con el pie izquierdo.
Aprendida la lección y como lo que nos viene de fuera acaba calando con fuerza en nuestra cultura, si me veis vestido trajeado y sin calcetines no creais que he “perdido el gusto” al contrario pensar que soy un  fashion, inquieto vanguardista, atento a las tendencias callejeras neoyorquinas y que vosotros sois los que no teneis ni pizca de gusto, anticuados portadores de calcetines.

Por cierto, si  os apuntáis, llevar tiritas que nadie dijo que ser un tipo moderno y con gusto sea fácil.